lunes, 6 de junio de 2011

HUBO UN TIEMPO QUE FUE HERMOSO


                                                                       “Adiós Sui Géneris, Luna Park, 1975”

ANTES

Es una noche fría ésta, septiembre del ‘75. Las manos se acurrucan en el fondo de los bolsillos asomando apenas cuando aparece un porro o una ginebra. Todos le dan duro a la ginebra esa noche, hasta las chicas. 
Por las cuadras oscuras que bajan hacia el auditorio, los grupitos amontonados en las esquinas cuentan las monedas, calculando las entradas que pueden comprar. Las cuentas terminan casi siempre en gestos rabiosos y delirantes: el que propone empujar contra el molinete hasta conseguir entrar de prepo; el que se resigna, rendido a la evidencia y se aleja con un chau triste y llorón; el que explota de rabia ante la injusticia de la mishiadura para consumirse como una bengala de dos mangos ante los argumentos de alguno más razonable o prudente.
A un lado están las parejitas. Parecen fotocopias: las pibas petisas y embutidas en jeans pata de elefante desteñidos y zapatillas flecha, pelo llovido, chaleco peruano, los ojos amoratados de rimmel. Los flacos, largos rulos, camisetas de batik, pulóveres peludos, sandalias de cuero, la cara brillante y la mirada dulce. Se besan entre risas con furia, desafiantes y trastornados .
Ya avanzan las filas de los afortunados agitando sus entradas como banderitas arrugadas. Barras compinches siguiendo a cantores improvisados, bailando entre tonos desafinados y melodías colectivas hasta rodear el Luna Park, fanatizados por un par de boxeadores que los representan para pelear desde el escenario contra la frustración y la bronca cotidianas. Cada tanto revienta esa bronca y cien manos generosas se estiran para separar a los que se trompean sin encontrar un blanco adecuado contra el que descargar los desengaños.

DURANTE

La oscuridad los apabulla, de actores a espectadores en tres pasos. A medida que entran a la sala, los ruidos se amplifican mil veces, obligándolos a susurrar. Sobre el escenario, más oscuro que el resto del estadio, se oyen crujidos y corridas. Cada tanto, el haz de un seguidor cruza el aire como una espada, descubriendo movimientos quebrados y cuerpos sin cara.
Una nota engorda brutal, abriendo un tajo virtual entre las filas de butacas. Desde los costados del escenario surgen acordes que golpean al tuntún, envolviéndolos en una ola salvaje. La sorpresa juega fuerte en el comienzo de esa misa laica, moldeando brutalmente a los acólitos. Entonces un globo silencioso se expande por la sala callándolos, transformando el bullicio en una oreja gigante. Y la música viene, invitándolos a volar. Y vuelan.
Se reconocen destinatarios y protagonistas del espectáculo. Una ovación y mil más acompañan a esas voces y esos cuerpos que, libres al fin, se contorsionan arriba y abajo del escenario como engranajes locos encajando por fin en un mecanismo mágico.
Cada tanto, algunas caras se recortan del montón, proyectando su energía hacia el proscenio, golpeando a la banda con un abrazo extremo y sensual.
La ceremonia sigue y sigue y sigue. Y los cantos y los saltos y las luces malean los cuerpos, las ganas y las voces en formas nuevas, definiendo la noche, esa noche final y única.

DESPUES      

La luz aparece en el cielo del Este, cubriendo las paredes y adoquines del Bajo con una mano aguada de témpera rosa. Unos pocos de los excluídos esperan el desparramo para animarse a preguntar desde sus ganas. Los espectadores van saliendo lánguidos, las pilas gastadas y los ojos vacíos de llorar felicidad.
Poco a poco se disgregan y se alejan del templo ya frío que vomita gente, desinflándose como un globo abandonado. Rodeados por el aire fresco de la madrugada, suben por las cuadras empinadas hacia la ciudad que los espera adormilada y feroz frente a su furia inocente y los va recibiendo uno a uno, empujándolos cada cual para su casa, como marionetas en un pobre juego pueril.
Las calles que rodean el estadio quedan desordenadas, sucias y ausentes. Una voz solitaria se oye, rebotando contra las paredes legañosas, desafinando una estrofa: “Hubo un tiempo que fue hermoso... que fui libre de verdad...”

2 comentarios:

  1. Notable Carlos!

    Este recuerdo que traés, me despierta los míos y ahí vamos por estos senderos del tiempo.
    En algún rincón de mi adolescencia, Sui Generis, era un grupo nuevo, cuando yo venía escuchando a Almendra, Manal y Moris, por citar a algunos. Hoy parece ridículo el pensamiento en el tiempo amontonado.

    La música y Buenos Aires.
    Y situás la escena en un momento difícil, poco antes de uno mucho peor.

    Mi estrofa sería : "Salva tu piel, la ciudad te llevó el verano...", pero también desafinada

    Te mando un gran abrazo
    Gustavo Barbosa

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  2. Increíble manera de escribir con palabras. Magnífico modo de dar detalles pequeños pero fundamentales de una época que puso a prueba a más de uno y lo obligó a pensar para sobrevivir. Esa época será siempre, para nosotros, los jóvenes de ahora, un enigma imposible de entender, y, musicalmente hablando, el paraíso. Gracias por compartir esta vivencia de los jóvenes de ayer, que tanto tienen para enseñarnos.
    Josefina

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